06/11/2025
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“No usarás el nombre de Dios en vano”: Abusos a mujeres adultas y falso misticismo
“No usarás el nombre de Dios en vano”: Abusos a mujeres adultas y falso misticismo
El 3 de noviembre, más de 550 personas consagradas, sacerdotes y laicos de diversas partes del mundo participaron en el webinar organizado por la Comisión UISG-USG para la Tutela y la Protección en la que la Hna. Maria Rosaura González Casas, STJ, ofreció una profunda reflexión sobre una de las realidades más silenciadas dentro de la Iglesia: el abuso a mujeres adultas en contextos eclesiales, especialmente cuando se reviste de espiritualidad o se presenta como una “experiencia mística”.
Partiendo del mandamiento “No usarás el nombre de Dios en vano”, la Hna. González Casas propuso una lectura espiritual, psicológica y cultural del abuso que se comete cuando se invoca el nombre de Dios para justificar actos inmorales o para controlar la conciencia de otra persona. “Cuando se manipula la fe y se instrumentaliza la figura de Dios para someter o silenciar, se produce un grave daño espiritual —afirmó—, porque se pervierte lo más sagrado y se distorsiona la imagen del Dios del Evangelio.”
Abuso de poder y espiritualidad manipulada
La ponente explicó que en la raíz de todo abuso —sea sexual, de conciencia o espiritual— se encuentra un abuso de poder, y que este se vuelve especialmente destructivo cuando se ejerce en nombre de Dios. Este tipo de abuso, señaló, se desarrolla en contextos marcados por asimetrías de autoridad, confianza ciega y ausencia de supervisión, como en el acompañamiento espiritual, la confesión o los espacios formativos.
A través de ejemplos concretos y referencias a casos conocidos, la Hna. González Casas mostró cómo el llamado “falso misticismo” puede llegar a legitimar moralmente comportamientos inmorales, haciendo creer a las víctimas que una relación abusiva es una experiencia espiritual positiva. “Convencer a alguien de que un acto inmoral es bueno para su crecimiento espiritual —dijo— es una de las formas más graves de manipulación religiosa.”
Una herida en el cuerpo eclesial
La psicologa y teóloga recordó que, mientras el abuso a menores ha sido reconocido y condenado con firmeza, el abuso a mujeres adultas, en especial a religiosas, sigue siendo una herida abierta. Citó el trabajo pionero de Maura O'Donohue y Marie McDonald en los años 90, así como encuestas recientes en América Latina y el Caribe, donde más del 30% de las religiosas reconoce haber sufrido o presenciado formas de abuso espiritual o de poder.
Detrás de esta realidad, señaló, se encuentra una cultura patriarcal y clerical, donde el sacerdocio ministerial se asocia al poder sagrado, reforzando desigualdades estructurales dentro de la Iglesia y en la sociedad. “Cuando la autoridad se concibe como dominio, y no como servicio, se traiciona el Evangelio y se hiere la dignidad de las personas consagradas.”
El desafío eclesial y la conversión estructural
La Hna. González Casas subrayó la necesidad de una reforma eclesial profunda que no se limite a crear nuevas leyes, sino que impulse una conversión del modo de ejercer la autoridad. El Derecho Canónico, observó, debe proteger de manera explícita la libertad interior y espiritual de las personas, tal como lo establece el canon 125 §1 y el 630 §5, que prohíben inducir a abrir la conciencia o actuar bajo coacción.
“Mientras el Derecho no reconozca el falso misticismo y el abuso espiritual como delitos específicos, las víctimas seguirán desprotegidas”, afirmó, recordando las propuestas de canonistas que piden tipificar el delito de falso misticismo, entendido como el uso doloso del nombre de Dios para fines ilícitos o inmorales.
Caminos para sanar y transformar
La reflexión concluyó con una invitación a toda la vida consagrada a sanar las relaciones de poder y a cultivar una espiritualidad madura, libre y responsable. Esto implica —dijo— una formación más integral que favorezca el autoconocimiento, la madurez afectiva y la relación personal con el Dios Vivo, reconocible en la vida cotidiana y en las relaciones humanas.
“El abuso espiritual solo puede superarse desde una experiencia auténtica de Dios, no desde la obediencia ciega, sino desde la libertad que brota del amor. Honrar el nombre de Dios significa cuidar su santidad en nuestras palabras, decisiones y vínculos”.
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